El 7 de junio de 1977, la reina Isabel II celebró su Jubileo de Plata por sus 25 años como monarca del Reino Unido. Cuatro jóvenes con sonrisas cínicas a bordo de un bote se acercaron a la altura del Palacio de Buckingham. Destacaba uno de ellos con pelos rojizos, postura encorvada y ojos desorbitados. Un chico al que, años atrás, las ratas contagiaron de meningitis en una Londres sin jardines reales ni fiestas de abolengo. La ciudad reconstruida sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Al chico lo llamaban Johnny Rotten (Juan Podrido). A su banda, los Sex Pistols.
Según cuenta Rotten en su autobiografía La ira es energía (2015), él y sus compañeros Steve Jones, Sid Vicious y Paul Cook estaban en ese barco por dinero. No tenían ni idea de qué era el Jubileo. No eran chicos propiamente informados. Solo jóvenes enojados. ¿Con qué? No lo sabían. Pero estaban furiosos. Pronto, su manager, Malcom McLaren, y el dueño de la disquera Virgin, Richard Branson, les dijeron que era una oportunidad única para despotricar contra la reina. Además, los estaban grabando. «¿No quieren ser famosos y tener un poco de plata?», los cuestionó McLaren. Aceptaron. Con los amplificadores a tope y los instrumentos con dudosa afinación, tocaron. No el viejo himno patriótico de la realeza, como creían los curiosos que se acercaron al barco cuando se enteraron de que unos adolescentes honrarían a Isabel. No hubo odas a la soberana; solo un ladrido desde la garganta de Rotten: God save the Queen / The fascit regime / They make you a moron / A potential H Bomb (Dios salve a la reina / Al régimen fascista / Te hicieron un idiota / Una bomba de hidrógeno). Y luego, el alarido: ¡There’s no future, no future, no future for you, no future for me! (¡No hay futuro, no hay futuro, no hay futuro para ti, no hay futuro para mí!).
La Policía no tardó en rodear la embarcación. Les gritaban desde tierra que pararan. Que era inadmisible. Que usarían la fuerza. Que sólo eran cuatro maricas llamando la atención. Fue inútil. Las bocinas sonaban tan fuerte como las bombas que habían caído muy cerca de ahí hace 35 años. Los Sex Pistols lograron escapar; su reputación no (al que capturaron fue a Branson). God Save The Queen fue vetada de todas las emisoras de radio y tiendas de discos. Pero la bomba ya había sido lanzada. En la época más cruenta de la Guerra Fría, aquella canción se convirtió en el grito de la generación punk: jóvenes hartos de cualquier tipo de autoridad; de la reina y sus palacios; del gobierno y sus nacionalismos; de los oligarcas y sus riquezas; de los bluseros y sus lamentos; de los roqueros y sus excesos; de las odas a los Beatles y a los Rolling Stones. Los jóvenes del barco comprendieron, quizá sin saberlo, que estaban en un país sin futuro para ellos. Y si es que acaso había uno, estaba en una oficina mal pagada. No eran los únicos. Del otro lado del mundo, los Ramones hacían lo propio en Nueva York.
